Friday, December 22, 2006

Exégesis Navideñas - Por Marcelo E. Leiva


Las navidades del siglo veinte tenían complejos rituales, pletóricos de valor y significado. Los invito a que recordemos juntos algunos de ellos.

En las noches de Navidad existía la costumbre de obsequiar a los seres queridos con algún objeto que ellos no desearan. Dicho gesto iba acompañado con la frase: “Si lo querés cambiar...” El sentido de este inefable ritual era el de manifestar esta gran verdad: que, en la vida, el destino nos regala lo que no le pedimos. Y que todos tenemos la facultad, si nos place, de rebelarnos contra él.

Una antiquísima tradición rioplantense del siglo pasado imponía que, durante la fiesta, los participantes se ocupasen de emborrachar a algún pariente abstemio a través de sucesivos brindis, para simbolizar con ello el triunfo del Exceso sobre la Templanza, o de la Alegría sobre la Razón, o de alguna cosa sobre otra.

A los niños más pequeños, sus padres y padrinos les ofrendaran algún complicado juguete electrónico a control remoto -de esos que se rompen dos segundos después de ser abiertos- para enseñarles, de esta manera, a amar la Simplicidad.

En algunas casas porteñas se armaba un pesebre con figuras extrañas: un rey sin cabeza, una oveja del tamaño de cuatro pastores, un Papá Noel de cera desteñido, la figura de plástico del protagonista de un dibujo animado japonés. Así, en el pesebre se escenificaba a la mismísima condición humana: incompleta, desigual, anómala, incongruente... rara.

Los hombres solían recibir por regalo una camisa, una chaqueta o un pantalón dos talles más grandes que el de su tamaño real. Ellos recibían esta prenda conmovidos por la formidable revelación que contenía semejante gesto: siempre habrá una enorme diferencia entre lo que los demás piensan de uno y lo que uno cree acerca de sí mismo.

Las tradiciones sigloveinteñas proponían que en el momento de la comida, el más torpe de los concurrentes tuviera la misión de volcar un vaso de vino sobre el mantel blanco, o el ketchup sobre la camisa nueva, para recordarles a todos que el Caos acecha dentro de todo Orden, y la Imperfección anida dentro de toda Pureza.

Mientras todo esto sucedía, en el silencio y la soledad de un típico ranchito llavallolense, una familia de pueblo celebraba con alegría el nacimiento del niño-Dios.
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Marcelo, de nacionalidad argentina y residente en Bogotá, es licenciado en filosofía y publicista. Además
¡es un buen amigo de InkBytes! Para leer más de sus brillantes letras visita su blog: http://leivanews.blogspot.com/

1 comment:

  1. Anonymous7:22 AM

    Muy Bien descritas las tradiciones que son muy similares a las Catrachas o a las latinoamericanas en su defecto!!!

    Pese a todo lo que puede salir mal, algo salio bien! Que Nació ya Nuestro Rey!!!

    Saludos,
    JM

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