Britni Espinoza bajó las gradas de la televisora y la calle la golpeó con toda la fuerza de sus cuarenta y cinco grados.
Salió del edificio con el sabor de la victoria en el corazón y el del vino en los labios. Después de tantos días de lucha y tantas noches de desvelo, lo que tanto deseó era suyo: Era la nueva directora del noticiero de las seis. Batiría los ratings de audiencia con su visión, y demostraría a todos que ella: La muchachita inocente e inexperta, era ahora la audaz y desafiante Britni.
Embriagada por el éxito no supo por qué de repente se vio envuelta por un abrumador calor en su pecho. Y luego la oscuridad total.
Tres meses después, frente al espejo de su tocador y envuelta en su bata, contempla el rostro envejecido de una extraña. Sus ojos le devuelven la mirada de alguien que no conoce. Otra pastilla más… la última. Mañana iría a trabajar. ¿Cuántas veces se había dicho lo mismo desde que la maldita bala penetró en su pecho destrozando su momento de gloria y dejando un sabor a sangre en sus labios?
La desgarraba imaginar el haberse quedado unos minutos más en su celebración como querían sus compañeros. Pero no, ella quiso causar la impresión de una mujer que no tenía tiempo para boberías.
Y vaya impresión que causaría. Pues al salir, el asalto a la joyería de la esquina en complicidad con el destino, lograron que la infame bala girara cuarenta y cinco fatales grados para impactar justamente en su pecho.
¿Cómo seguir con esta relación? pensó, si hasta ahora apenas salían y se divertían un rato. Ella ahora requeriría cuidados especiales. No, él no. No estaba capacitado para lidiar con una inválida, él tenía una vida por delante, y ella solo truncaría sus metas.
Ahí en el espejo estaba Britni Espinoza, con 28 años y desilusionada de la vida. Sin entender por qué luego de tanto esfuerzo y lucha constante, recibe este golpe del destino. Sola. ¿Dónde estaban sus amigos?, ¿Dónde estaba Luis? Sólo estaban sus pastillas, sus nuevas amigas. El éxito se había esfumado, ahora su puesto lo ocupaba la zorra de Cristina, ella con su admirable cuerpo y su reducido cerebro había usurpado su lugar. Una pastilla más para poder dormir y olvidar la maldita vida. Envuelta en abrumadoras pesadillas, despierta o dormida, se iba consumiendo en su sofá sin importarle ya nada más, pensando en poner un final de “noticia” a su miserable existencia.
Movido por un sentimiento de culpabilidad, Luis, se dirige al apartamento de Britni, después de todo aún tenía la llave y sentía curiosidad por saber que había sido de la mujer con la que había pasado muchos ratos de placer. Abrió la puerta y retrocedió ante el desorden imperante en la sala. Llamó, pero no obtuvo respuesta. Un impulso a salir de allí se apoderaba de él y con un nudo en la garganta se dirigió a la habitación. Se detuvo ante la puerta, sus piernas no respondían. Lentamente recobró la compostura, empujo y vio que en el sillón, de espaldas, mirando hacia la ventana… estaba ella.
Aliviado, se acercó lentamente y volteó la mecedora con una gran sonrisa. Pero su alegría se desvaneció al instante: Unos ojos que miraban sin mirar y una mueca lúgubre helaron su sangre. Esa potencial mujer de éxito yacía inerte, intoxicada por las pastillas, sus amigas.
Miró su cuerpo al principio con espanto, lo vio fijamente. Pensó. Y se largó. Después de todo… ese no era su problema.
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