Me lo encontré ahí en el bar de siempre con un amigo. No lo quise molestar porque parecía ocupado discutiendo con el “Disyoqui”. Porque Valdivia es un tipo popular, ¡Y un amigazo!, a pesar de los 10 años de vivir en Managua llama a todos por “loco” con un acento peruano mezclado de forma curiosa con el reconocible “pué” nicaragüense.
¡Ah! Porque Valdivia será muy peruano, pero ama a Nicaragua. Después de todo aquí tiene su taller mecánico, su hotel, su esposa y sus cuatro hijos. Me quedé sentado un rato mientras observaba el lugar (había cambiado para mal desde la última vez que lo visité), pero decidí quedarme un rato y pedí un refresco.
Pero claro, cuando Valdivia me vio, se me acercó para invitarme a su mesa. Al principió titubeé, no quería importunarlo porque me dijo que me quería invitar. Pero uno no puede decirle que no a un tipo como Valdivia. ¡Jamás! ¡Los amigos no se desprecian! Me arrastró una silla y me presentó a su amigo, del que alcancé a distinguir un semi-nombre en medio del catatónico susurro de su voz de ron. “Mucho gusto” creo que dijo, para después señalarme la botella de Flor de Caña con una cortesía más bien torpe, mientras caía hacia atrás en su silla y perdía la vista en el vacío (o más bien en las piernas de la damisela pasadita de libras de la mesa de enfrente).
Recorrí nuevamente el lugar con los ojos y definitivamente había cambiado. Y mucho. La verdad me quería ir, pero no podía hacerle el desplante a mi amigo Valdivia, así que decidí quedarme un rato. Comenzamos a hablar de las nacionalidades, del orgullo de ser extranjeros pero de lo bien que nos caían los nicaragüenses. Estábamos en eso cuando su amigo, en un momento de lucidez (o sería de “nauseadez”) le pidió que lo acompañara a tomar un taxi. “Por supuesto que sí” Le dijo Valdivia, y se disculpó conmigo mientras lo ayudaba a dirigirse hacia la puerta de salida (y no a la del baño donde –confundido- se dirigía). “Estos no me aguantan”, me comentó Valdivia, con alcohólico orgullo, cuando regresó. “Pero que bueno que con vos si la podemos seguir... ¡así que servite!”, y me hizo “chocar los cinco” con él mientras pedía otra Coca “para ligar” y me servía un buen trago de su Ron.
Valdivia estaba alegre, así que comenzó a hacer sonar con la boca una botella de Coca-Cola siguiendo el ritmo de esa música que en mi país le dicen “playera”, en otros lugares “reggae panameño” y que en realidad no estoy seguro si califica dentro de algún género musical decente. Pero eso no importaba, porque además de todo: ¡Valdivia es músico! (me lo contó muy contento) Toca percusiones y sabe improvisar letras “a tiempo real”: “Yo te digo mi amigo, mi amigo, no importa, mira que no importa, Peruano, Hondureño o un nica, somo´j amigo´j, somo´j amigo´j, di-tu-ru-ru-tu-paaaaau, paaaaau, di-tu-ru-ru-tu-paaaaau” La verdad... ¡Tenía ritmo! Así que decidí dejar un poco la timidez y acompañarlo haciendo sonar mi botella de Coca-Cola con el llavero.
Le conté que yo también era músico y volvimos a “chocar los cinco”… por quinta vez en la noche. Me contó que le gustaba “la flaca” que estaba bailando enfrente, (por cierto, “la flaca” era la misma joven de buenas libritas que admirara minutos antes nuestro amigo el catatónico). Le comenté que me gustaba más la que bailaba del otro lado ¡y volvimos a “chocar los cinco”! Siguiendo el tema me contó que su esposa entendía que a él le gustaban todas las mujeres, pero que aún así ella sabía que él la amaba.
Mientras hablaba lo observe detenidamente. Valdivia no es bien parecido, tiene como el tipo de un ex jugador de fútbol mal pagado. Así que sólo asentí con la cabeza y antes de poder comentar algo, siguió con su “abotellada” improvisación: “Ay que buena está la flaca... la flaca... pa´abajo, pa´abajo, que buena que está la flaca” Y siguió con unas líneas que en parte no recuerdo y que además no quisiera escribir por respeto a los lectores. Ya cuando la gente comenzaba (un poco molesta) a notar el “talento” de Valdivia y cuando los “choques de cinco” se volvían cada vez más frecuentes (tres por minuto), pensé que ya era tiempo de irme. Pero como no nos habíamos terminado su botella y me lo había ofrecido, serví disimuladamente en su vaso el ron que quedaba y la mitad de la Coca-Cola en el mío.
Así seguimos un rato, él con su botella-silbato y yo con mi botella-tambora. Pero cuando la improvisación comenzaba a perder ritmo, y la “rapeada” de la flaca subía más de tono decidí definitivamente que era tiempo de irme. Me incliné cortésmente y le comenté algo sobre alguien que me esperaba. “Si se estaba poniendo buena la cosa” me comentó en tono de lamento con su acento nica-peruano, pero amablemente se encogió de hombros mientras yo me levantaba para pagar mi refresco.
Al regresar me despedí, y por supuesto se puso de pie, me dijo que ya sabía donde encontrarlo, grito algo como “Viva Perú, Viva Honduras y Viva Nicaragua” y me dio un fuerte abrazo ¡Tal como se despiden los buenos amigos! Así que salí pensando en que buen “compa” que era Valdivia y que sí acaso el tipo que él acompañó hasta al taxi tendría toda una vida... o sólo media hora de conocerlo.
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