Tenía 5 años cuando conocí a “Colocho”. Nunca supe donde vivía, pero cada vez que llegábamos al negocio familiar salía a informarle a mi padre todo lo que había pasado en su ausencia. Recuerdo muy claramente la imagen. Se acercaba con andar trabajoso y de medio lado a ponerle las quejas al jefe: Una tarabilla indescifrable con el tono de un borracho con laringitis. No se le entendía nada.
“Colocho” era un hombre recio, pequeño, con cuerpo de luchador, pelo de pequeños resortes grises a ras de cráneo, sin dientes y con un rostro arrugado por los años y el abuso (en años anteriores, si mal no lo recuerdo) del alcohol. También le decían “La Momia" (en los días de "Titanes en el Ring"), y era miembro de aquella fauna urbana de la séptima calle y primera avenida sureste de mi ciudad -justo debajo de "la línea"-, donde compartían el suelo de la “Gasolinera Handal” (pronto a ser Estación de Servicio Texaco Oasis) otros personajes como “Mongol”, “Saopín”, “Judas”, “Noticias” y “Pachita”.
Uno de los momentos que más recordamos los que conocimos a “Colocho” sucedió en una navidad. Mi padre acostumbraba a realizar cada año una cena en la que se entregaban los aguinaldos, se regalaban canastas de víveres y se discutía el significado de las fiestas al sabor de los tamales y las torrejas. Fue en una de estas cenas (en el restaurante Mr. Quick) que vimos a “Colocho” llorar porque por primera vez en su vida comía en una mesa con mantel.
Y es que lo que más asombraba de “Colocho” no era su crudeza física, su renquera o sus guturales monólogos, sino su dulzura con los niños. Hasta el día de hoy no puedo explicar si esto se debía a la natural ausencia de juicio propia de la temprana niñez o a una sensibilidad y sencillez que este hombre irradiaba bajo su curtida piel y paleolítica apariencia. Quizás eran ambas, pero la realidad era que los niños lo buscábamos y lo queríamos. Nunca nos asustó.
No sé porque después de tanto tiempo he recordado a este personaje. Lo cierto es que 27 años después, reflexiono lo que me cuesta ahora ignorar las apariencias o agradecer las cosas simples y normales como comer con mantel. Pues aún teniendo las facultades completas, el físico normal y un hablar seguro… a veces somos más “Momia” que “Colocho”.
Se me humedecieron los ojos al recordar a colocho y los inolvidables dias en la Estacion Oasis. Muchas vidas fueron tocadas a lo largo de mas de veinte anios de la presencia de nuestros padres en esta gasolinera. Hoy en dia nos esta tocando la dura realidad de decirle adios a la septima calle, a la primera avenida ahora invadida por vendedores ambulantes retirados de la tercera avenida y a los recuerdos de "colocho" y de "pachita", que encontraron refugio, aceptacion y amor a los ojos de don Freddy y donia Doris.
ReplyDeletePorque será que siempre en los barrios hay gente que uno no puede olvidar porque han sido personajes casi de película, por su impacto que han dejado en nuestras vidas.
ReplyDeleteRecordemos todos, a cada uno de esos personajes de nuestros barrios que asociamos a un momento específico, una emoción, una edad, un lugar... Es bonito recordar...